“…Extraña cofradía la que se reúne en los manicomios, pero más extraña es la negación en que argumentan su estadía: Yo no soy loco, yo no soy loco!; gritan todos con la esperanza y el ánimo de un normal, en cambio para mí, realmente, es la injusticia del mismo Dios que creó a los psicólogos ateos, el dolor de cabeza de verlos surgir todos los días con un pedazo de papel que les asegura caminar por las calles con el porte del que se dice sano. Excusándome de muchas vivencias tengo que declarar lo apenado que me siento al abandonar la magnifica costumbre de tratar a los animales con la generosidad del que protege, cuanto extraño a mi pequeño cachorro y sus paseos por las rampas de la costanera; lo que más temía de aquello era su ineptitud para nadar a causa del Síndrome de Down que padece desde el tercer mes. Pobre mi pequeño, quien cuidará de su salud que ahora caería más bajo que yo, en este lugar. Los locos no lo estamos solo queremos darle una nueva razón al mundo, como Dios y sus síndromes…”
Bastante extraña era ese fragmento de carta que leí estando en la casa del Ufelante, mientras aguardaba su presencia para aprender el arte de leer a la gente como un libro abierto. El Maestro recibía cartas y noticias de todos los lugares cuando su fama comenzó a surgir en otras comarcas y los primeros aprendices llegamos a él.
Muchos juzgan su capacidad otros se encargan de enterrarlo esparciendo rumores maliciosos, pero los enemigos no logran poner la balanza de su lado y los observadores somos prueba de su falta de seriedad. La verdad nunca entenderemos su naturaleza pero si esta es la oportunidad de aprender a crecer con la sabiduría del milenario somos cada vez más los que deseamos aprovecharla hasta nuestra partida, pasando por locos o genios.
Ser un observador, es decir un aprendiz del Ufelante, trae consigo una visión vanguardista a veces de lo que veremos en poco tiempo y este arte implica hacerse de todas las armas posibles, incluso de las que pueda brindar un desquiciado.
Muchas veces he tratado con locos, locos buenos; para ser sincero muchos me han dicho que asociarme para aprender de las técnicas del Ufelante era condición imperante, pero no le temo a la locura sino a la sin razón, cosas bien diferentes si tomamos esta última frase excéntrica: “Los locos no lo estamos solo queremos darle una nueva razón al mundo.”
Estamos razonándolo todo la mayor parte del tiempo y para un observador es la decisión de pensar antes de existir, sin el fanatismo delirante de Descartes pero asumiéndolo en las maneras posibles de hacer llevadera una vida que el ser clama y exige casi impaciente, este arte del cual seremos futuro los observadores, es diferente a todas las demás cosas, necesariamente exigimos ir más allá de la razón para poder inmiscuirnos dentro de las mentes cerradas a nuevas personas y miradas, esta habilidad necesita un toque lírico, divino, ser tan preciso como el escalpelo del cirujano pero mucho más sensible que el paladar del catador, es el dominio de las formas de la diplomacia para concretar un objetivo específico.
Muchas veces he peleado con el Maestro Ufelante por este motivo. El tiene sus basados conocimientos, le digo, pero su pastosas maneras de plantearlos corroen las formas de ver la situación dejándolo a veces expuesto a juicios moralistas (haciéndolo parecer un loco, en una palabra).
Y él objeta, que si seguimos la corriente del observado, no hacemos otra cosa que amanerarnos en complicidad, haciendo mucho más largo el tiempo de llegar a un punto y a veces desviando completamente el ojo de la cuestión.
“No pocas veces encontraran personas que creen saber tanto como Uds. pero Uds. saben algo que ellos no, saben que lo simple es lógico y que antes hubo algo”; nos dice recurrentemente, y sobre el paso vamos corroborándolo para sumar experiencia en un camino de iluminación metódica. Iluminados, por sus pequeñas falencias, que para los observadores son la alquimia exitosa.
Las personas se resisten a los cambios que el Maestro nos demuestra, por eso no es un open art; cambios tan sencillos que impresionan al que los ve de afuera pero significativos para el involucrado; el hacerse carne de sus miserias no debe ser como cargar el peso a la mula sino sentir su carga, asumirla y unirla a ella de manera que resulte en algo útil.
Las certezas son la cuestión más tragicómica de los iniciados en la observación ya que no podemos saber en base a dichos, debemos desarrollar la forma de penetrar y extirpar la verdad, porque a la gente le duele expresarla aunque sea de vez en cuando. Hay cosas molestas, lo sabemos, y venimos a molestar pero, ¿no soportarías una piedrita en tu zapato si sabes que vas al camino al Dorado?
Los observadores hacemos de las cosas simples una cuestión existencial, la lógica de entender para alcanzar la paz interior es la más convencional, la simple, la única que nos permite hacer un retumbo de norte a sur por el destino que deseamos, el verdadero.
Cortar con esos patrones de riesgo que justifican preguntas reiteradas en la vida de las personas como: “¿Otra vez a mi?; ¿Por qué siempre me busco un novio que…?; ¿No hay quién se quede conmigo?”, y otras tantas objeciones cotidianas que tienen raíz en un pretérito conocido (ocasionalmente secreto) pero mal asumido.
Aprendí muchas cosas con la observación eficaz que no me permiten caratular a nadie de loco, infame, compulsivo, pervertido, etcétera; en realidad sólo son personas que hacen lo que pueden por vivir de la mejor manera su vida, esas son las formas fáciles pero si en realidad oyeran un poco más y tomaran en cuenta las reiteradas situaciones problemáticas que dejaron atrás y volvieran a retomar con gente nueva, se darían cuenta que es un pase de factura atrasado, solamente eso, buscar el libre de deuda nos salva del remate.
No buscamos la perfección ni sandeces parecidas, reniegan otros aquellas cuestiones filosóficas, buscamos cierta comprensión a través del entendimiento para abolir ese aparato degradante que automatiza erráticamente la vida de las personas con deseos comunes pero atrevidas, solamente, a pararse frente a un inconsciente que les juega la dicha en alguna cárcel, un bar, un prostíbulo, una iglesia, como burlas eternas puestas allí solamente con el propósito fijo de amargar la existencia del que las padece alterando su fortuna, cuando en realidad son la solución perfecta parecidos a los problemas aritméticos que las viejas maestras ponían delante nuestro para ver si teníamos la valentía y el raciocinio suficiente para volver a identificar lo que ellas nos habían dicho que allí estaba, a través de sus enseñanzas.
Por todo esto es que los observadores estamos atentos a las mañas del loco y el genio, nunca es fácil encasillarlos, esa sutil brecha nos haría cometer un error que tal vez ayude a propios y extraños o termine de bautizarlos en zombies indelebles a otra forma que la que conocen como verdad.
(¿Y quién conseguiría afirmar o negar que esto surgiera de un loco?)
- Extraído de: El Ufelante, Diario de un Observador.
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